CINCO DE ENERO

Cada año finaliza el tiempo navideño con la cabalgata de los Reyes Magos, el día cinco de enero. Al día siguiente, muchos niños se levantarán de sus camas muy temprano, casi al amanecer, con caras de ilusión, impacientes por comprobar lo que los Reyes Magos han dejado en sus casas para ellos. Será la Epifanía.

Pero el día cinco, aún estamos preparando los últimos detalles, los últimos retoques para que todo esté listo en esa noche mágica, y al acostarnos lo hacemos revisando en nuestro interior si todo está bien dispuesto para el día siguiente.

Hay familias que dejan preparados un poco de agua para los camellos, leche y  mantecados para Sus Majestades…y algún mensaje de bienvenida.

Todos los niños se esfuerzan para portarse bien…no vaya a ser que pasen de largo y se olviden de ellos…se acuestan muy temprano, nerviosos, les cuesta conciliar el sueño pero terminan vencidos en manos del Ángel de la Guarda que cuida de cada uno en todos y cada uno de nuestros hogares.

No puedo evitar emocionarme cada cinco de enero, desde hace muchos años, al ver pasar las carrozas llenas de alegría, luz y color en medio de la noche. La algarabía que producen los niños a su paso buscando la mirada de su rey favorito, Gaspar unos, otros, Baltasar o Melchor…tratando de adivinar si sus deseos habrán sido escuchados o no y si los regalos irán en aquellas grandes, majestuosas carrozas…me mueve por dentro y me hace meditar sobre lo que todo ello esconde.

“Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.”

(Mateo 2, 10)

Todos tratan de coger algún caramelo de los que lanzan al aire los pajes y los Reyes. Algunos lloran y sus caras expresan cierto temor…sobre todo los más pequeños que observan por primera vez tan grandioso espectáculo.

Los comentarios que puedes escuchar si tienes cerca a los niños más pequeños te llenan de ternura y es inevitable admirar y sentirse llena de amor ante la inocencia y entusiasmo que se respira en el ambiente…en cierto modo sientes que rejuveneces. Los niños te hacen sentir pequeña y si alguien te observa en esos momentos podría captar la magia en tus ojos, en tu sonrisa.

Reyes Magos, reyes que alimentan la ilusión, la alegría. Reyes que vienen a adorar al Niño. Reyes que vienen de Oriente, atravesando el mundo para llegar al pesebre en el que se encuentra el Salvador de la Humanidad, con apariencia de recién nacido y la grandeza del Dios que nos ama sobre todas las cosas.

Y Dios se acomoda en el pesebre de tu corazón para que puedas adorarle en tu interior con la misma humildad con la que esos reyes se postraron ante Él entonces.

Ellos llevaban sus regalos, sus presentes ante el Mesías.

“Abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.”

(Mateo 2,11)

¿Qué presentamos nosotros a Sus Pies?

¿La mirra de nuestra sonrisa?

¿El incienso de nuestras palabras?

¿El oro de nuestro corazón?

¿O pasamos de largo?

¿Le lanzamos dulzura? ¿O llevamos los bolsillos cargados del carbón negro de nuestros pecados?

Él nos espera siempre con entusiasmo, con los brazos abiertos y lo único que nos pide es que descubramos Su Mirada, que tratemos de ver en Él la Luz que ilumina nuestro camino, que nos guía y consigue que atravesemos nuestra vida de principio a fin hasta encontrarnos con Su Presencia en nuestro interior.

En la imagen se ve a los tres Reyes Magos mirando la estrella que les conduce a Belén. Van subidos a sus camellos y se encuentran en un terreno desértico.

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