Buenos días, familia.

Feliz Día del Señor.

Seguimos adentrándonos en este tiempo de Adviento, y continuamos meditando la figura y persona de alguien que nos invita a tomarnos en serio nuestro seguimiento al Señor: Juan Bautista.

Él viene a traer una invitación a la conversión, pues no debemos recibir de cualquier modo al Mesías, a Jesús el Señor, quien se dispone a venir dentro de muy poco tiempo, y desea nacer en mi corazón. ¿Cómo le recibiré?

Podríamos preguntarnos:

¿Podemos hoy vivir alegres?

¿Tenemos derecho a estar alegres?

Cuando pensamos en los problemas que nos rodean, cuando experimentamos la crisis económica y la inseguridad, cuando ha muerto una persona querida… ¿podemos estar alegres?

Cuando muchas personas mueren de hambre, cuando muchos pueblos están en guerra, cuando es pisoteada la dignidad de tantas personas… ¿podemos estar alegres?

La letanía podría ser más larga y no se terminaría.

¿Podemos vivir felices cuando tantas personas lo pasan mal?

Con todo, san Pablo nos ha dicho en la segunda lectura: «Estad siempre alegres». Esto significa que la alegría es posible. Y debemos vivirla tocando con los pies en el suelo, sin olvidarnos de los problemas que nos rodean. La alegría y la tristeza es algo que se contagia.

Los cristianos debemos reivindicar la alegría, porque creemos y tenemos esperanza. Y nuestra fe no se cimienta artificialmente.

Armados con la fe, la esperanza y la alegría, podemos hacer mucho más de lo que podemos imaginar. Sí, una persona sola puede hacer muchísimo. Puede crear un clima distinto a su alrededor, porque cree en Jesús que le da fuerza.

La gente importante del pueblo judío debía pensar que Juan Bautista estaba loco. Un hombre que vivía en el desierto, mal alimentado y vestido, extraño, que invitaba a la conversión. Era un personaje realmente raro. Pero él anunciaba que el Mesías ya había llegado. Él, Jesús, se encuentra entre nosotros. Con Él lo podemos todo. No estamos solos.

Juan se presenta de un modo bien raro. No era ni el Mesías, ni Elías, ni un profeta. No era nadie. Era la conciencia del pueblo fiel que esperaba la venida del Mesías.

Tampoco nosotros somos nadie, no tenemos ninguna importancia, no tenemos influencias, no tenemos fuerza alguna. Pero esperamos al Salvador y sabemos que se encuentra entre nosotros, sabemos que está en medio de nuestro mundo. Por eso tenemos derecho a esperar y a creer que el mundo puede cambiar, que el mundo debe cambiar, que todo debe ser distinto.

Antes, mucho antes que el mundo cambie, he de cambiar yo. De lo contrario, todo seguiría igual. ¡Qué hermoso es acercarme a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la Penitencia! ¡Salimos restablecidos, nuevos! ¡Con una paz interior inmensa! Contemplo la vida, el mundo, con más esperanza, con una renovada alegría.

El profeta Isaías esperaba y tenía fe en que las cosas tenían que cambiar. Por eso estaba gozoso y experimentaba ya un mundo distinto, porque vislumbraba de lejos la presencia y la actuación de Dios en medio de los hombres. Así, dice: «El Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos…»

Estamos en el corazón del Adviento. El mensaje de la palabra de Dios es optimista. El Señor nos invita a estar alegres. Él quiere cambiar nuestro corazón. Él nos anima a trabajar para transformar nuestra vida y nuestra sociedad. En efecto, el Señor está cerca, el Señor está entre nosotros. No podemos aceptar las cosas tal como son. Debemos ser portadores de la Buena Noticia. Debemos restaurar la dignidad humana.

Sí, debemos estar alegres; sí, podemos estar alegres, porque en Jesús tenemos la luz, la esperanza, el camino y la vida. Él está entre nosotros. 

¿Te animas a vivir con una renovada alegría el Adviento?

Yo estoy en ello.

San Juan Bautista. Museo del Prado. Madrid.

Deja un comentario

Somos un grupo de católicos de a pie, que animados por un sacerdote, queremos ofrecer testimonios de cómo el amor de Cristo sostiene y transforma nuestras vidas.