MAGNIFICAT. «Alaba mi alma al Señor»

Estamos de nuevo en Adviento, otro año más. Para algunos, este nuevo tiempo litúrgico puede ser similar al del año anterior, pero para mí no lo es. Porque hubo un momento en el que pensé que el calendario de mis advientos se quedaba sin hojas…

Es el último testimonio que escribo sobre mi accidente y sus consecuencias físicas y espirituales. Ya va siendo hora de escribir como una persona normal (bueno, o la que soy…), sin redundar más en una circunstancia que me acompañará el resto de mi vida y a la que me voy haciendo. Cuando amoldas tu cuerpo a la cruz y dejas de negarte a ella, todo es más fácil. Y sobre todo, si a los pies de esa cruz está María, madre nuestra, y Él en ella.

Él estuvo presente en todo mi proceso, hoy lo sé, pero en silencio… En un silencio tan desgarrador y atronador que no entendía. Pasé por días dolorosos, por soledades y noches tan oscuras en las que nunca desearé que ningún alma humana camine por esas sendas. “Dios manda sus peores batallas a sus mejores guerreros” alguien me dijo. Se equivocó de guerrera, sin duda.

Sigo con un interrogante que resuena en mi espíritu cada vez que me acerco a Ti, Señor, y ante el Sagrario, nuestras conversaciones siempre terminan por mi parte con una misma petición: “Tenemos una conversación pendiente en el cielo porque no me dejes caer a otro lugar que no sea junto a Ti”.

Un salón de casa con una imagen de la Santa Misa en la televisión

“Señor, si quieres puedes curarme”. ¡Cuántas veces te lo he repetido! ¡Cuántas! Y aquel domingo, en la soledad de mi casa, participando de la misa televisada para enfermos, lloraba y miraba aquella horrible férula rígida de flores, que hacían más vergonzosa mi incapacidad, sentí que tú estabas a mi lado… Cerré los ojos, y no vi a un Jesús imponiéndome las manos y curándome; Te vi a mi lado, sentado en una silla y señalándome que llevabas también tú, Señor, una férula idéntica a la mía, pero la tuya, en vez de flores, estaba diseñada con emoticonos de colores. Sentí que no era tu voluntad curarme, sino acompañarme en el dolor, darle sentido. Y todo empezó a cambiar en mí.

En la sala de rehabilitación, junto a los amputados que apretaban los dientes para no gritar mientras un fisio le practicaba técnicas de desensibilización del muñón, tú estabas a su lado, padeciendo su sufrimiento, haciendo tuya su angustia. Miraba hacia las barras paralelas en las que una anciana, tras una intervención de cadera, intentaba volver a caminar, y Tú te encontrabas en las barras contiguas, caminando también torpemente y mirándola a ella con un cariño y un amor entrañable… Y cuando estos pensamientos surgían en mi mente, una noticia que, en otro momento hubiese pasado si no del todo, algo inadvertida, me despertó la curiosidad: en junio, el papa Francisco designó a D. José Cobo, arzobispo de Madrid. Quizá por esto de ser natural de la provincia de Jaén, leí y escuché algunas entrevistas que me gustaron muchísimo. Pero llegó aquella declaración suya, venida directamente para mí del Espíritu Santo: “Nuestro Dios no es Harry Potter, que viene solucionando, sino que hace una cosa que solo puede hacer Dios cuando estamos mal, él se queda ahí” (Las entrevistas de Aimar, Cadena SER). Él se queda, Él se queda a nuestro lado… Señor, te pido que no me sueltes de la mano, aunque no sea para paliar el sufrimiento, sino para acompañarme en el duelo, y darle sentido y esperanza.

María, madre nuestra, quiero ofrecerte en este nuevo Adviento mi Magnificat, porque mi alma también alaba a Dios, porque mi espíritu también se alegra en Dios, mi Salvador.

Shemá, Dios de Israel,
escucha mi plegaria.
Auxilia a mi pueblo
y concédenos que,
llegada la hora,
podamos contemplar tu gloria
y cantar eternamente tu misericordia.

La férula ofrecida a la Virgen de la Cabeza
Mi férula ofrecida a Nuestra Señora de la Cabeza (12/10/2023).

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