TIENES UN MENSAJE

El Señor no se cansa de enviarnos mensajes. Ahora que estamos tan acostumbrados a mirar y recibir mensajes a través del teléfono, podríamos prestar más atención a los que recibimos de Dios a través de Su Palabra, a través de los Sacramentos, de la Naturaleza y de todo lo creado por Él. A veces una mirada de alguien que tenemos cerca, una sonrisa o un comentario nos hacen reaccionar y despertar de una mala actitud en la vida. Deberíamos reflexionar sobre nuestras obras a diario y esforzarnos por dejarnos llevar por lo que Sus mensajeros nos proponen, si queremos llegar a alcanzar la santidad que se espera de nosotros, seguidores de Cristo.

“Les enviaba mensajeros a diario porque sentía lástima de su pueblo y de su morada.”

( II Crónicas, 36, 15)

Cada movimiento que realizamos, físico o mental, puede seguir una de al menos dos direcciones. Una de ellas tiene siempre presente el modelo de Jesús.

 ¿Qué haría Él? ¿Qué diría en esta circunstancia? ¿Qué pensaría a la vista de esta situación?.

La otra dirección, o el resto de ellas, si consideramos más de una alternativa, no tienen a Dios en el centro, ni siquiera está en algún punto de lo pensado o en lo que estamos dispuestos a hacer. Es posible que eso no suponga una mala acción o un mal pensamiento, pero, en cualquier caso, aun así, no tiene presente al Señor ni siquiera en el recuerdo. Son así los actos y pensamientos sin fe, sin caridad, sin Dios.

Creo que nuestra vida es un reto constante para mantener al Señor siempre en el centro de todo lo que hacemos, y debemos pedir en nuestra oración que Él nos guíe en todo momento.

“Si no me acuerdo de ti…”

(Salmo 136)

Todo es don de Dios, lo que nos rodea y lo que vivimos cada día. Jesús no permite que nada suceda si no es para hacernos crecer. Nos alienta constantemente a movernos hacia Él. Hay etapas o momentos a lo largo de la vida en los que parece que nos abandona. No comprendemos lo que nos sucede o lo que ocurre a nuestro alrededor. Es entonces cuando muchos nos alejamos, nos enfadamos y apartamos nuestra vista, cerramos los oídos y pretendemos navegar llevando con nuestras pobres manos el timón de nuestra existencia pero, antes o después, Dios, que sigue ahí, pendiente de nosotros, nos rescata de lo que parece un naufragio seguro. No sobrevivimos a la tormenta porque seamos grandes navegantes sino porque Dios, en Su infinito amor, nos regala Su Misericordia durante toda nuestra vida.

“Es un don de Dios.”

(Efesios 2, 8)

Nuestra meta es acercarnos a la Luz y alejarnos de la oscuridad del pecado. Obrar con verdad siempre es un reto constante. Alejar de nuestro quehacer diario la tentación de mirar hacia el mundo sin tener a Dios siempre presente. Esa prisa que muchas veces nos urge en todo lo que hacemos es todo lo contrario a una vida con reflexión, con silencio, con escucha atenta que nos permita girar la cabeza y el corazón hacia los mensajes que proceden de esa Luz a la que queremos acercarnos. El resto es mentira, son cantos de sirena que nos aturden y ralentizan nuestros pasos hacia la santidad, una santidad que alcanzaremos en la medida en que nos acerquemos a Él.

El que obra la verdad, se acerca a la luz.”

(Juan 3, 21)

Deja un comentario

search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close