Este pasado domingo de Pentecostés, asistí a las fiestas  que  se celebran en la localidad  de Santisteban del Puerto, Jaén, en honor a su patrona Nuestra Señora del Collado.

Se trata de una festividad  única y muy antigua: se celebra desde el siglo XIII conmemorando el hallazgo de una imagen de la Virgen enterrada dentro de una campana.

Corría el año 1232 cuando un labrador, Esteban Solís Palomares, se encontraba arando en un collado cercano al pueblo, ayudado de unas mulas. Pocos años antes la zona había pasado del dominio musulmán al cristiano, tras su reconquista por parte de Fernando III el Santo en 1226.

En mitad de la faena el arado se atascó con algo que estaba enterrado. No era una piedra. Intentó despejar el obstáculo y cuál fue su asombro cuando vio que se trataba de una enorme campana allí enterrada. Con gran esfuerzo suyo y de las mulas logró extraerla  y tras vaciarla de tierra y piedras, con mayor sorpresa aún, descubrió que en su interior estaba la imagen de una Virgen tallada en madera.

Cuenta la tradición que el labrador cayó de rodillas y permaneció así durante una largo rato, maravillado del hallazgo, emocionado por la aparición, supongo también que agotado por el esfuerzo.

Me puedo imaginar el impacto que pudo causarle este suceso. Se tuvo que considerar un privilegiado, un escogido por haber descubierto aquella imagen tanto tiempo enterrada. ¡Aquello era un milagro!

Se fija el hallazgo el 26 de abril de 1232.

En cuanto se recompuso subió al pueblo difundiendo la noticia. Los paisanos con los que se encontraba lo iban siguiendo formando una procesión espontánea. Ya en el pueblo, conforme se iba enterando la gente de la noticia, acudían al lugar a adorar a la imagen.

Me puedo imaginar también como lo vivirían los vecinos, como una aparición, como un milagro. Qué alegría encontrar a la Madre después de tanto tiempo. Este hecho tuvo que ayudar sin duda a la reafirmación de la identidad cristiana de aquella comunidad.

También me planteo cuáles fueron las circunstancias que siglos antes habrían llevado a los antiguos pobladores de esta zona a enterrar la imagen de su Virgen.

Tras la invasión musulmana en el siglo VIII, estos pobladores viendo que tenían que huir, o al menos proteger sus imágenes de culto, enterraron a su Virgen en las proximidades de donde vivían. Como conocedores del terreno escogieron un pequeño montículo o collado, para que no se encharcase con las lluvias; pondrían piedras en la base para el drenaje de agua y la colocarían en posición vertical cubierta con la campana de su iglesia. Cuánto cuidado, respeto y cariño profesaron a esa imagen, representación de su Madre, en agradecimiento sin duda por los cuidados y atenciones recibidos de ella.

El hallazgo de la imagen de la Virgen por Esteban Solís tuvo tal impacto en el pueblo, que las autoridades decidieron llamar a aquella imagen Virgen del Collado por el lugar de su aparición y ordenar la construcción en ese sitio de una ermita. También la nombran patrona de Santisteban del Puerto y acuerdan celebrar una fiesta en su honor el día de la Venida del Espíritu Santo.

Éste es el origen de la advocación de la Virgen del Collado y desde entonces se viene celebrando todos los años esta fiesta en su honor, también llamada Fiesta de Pascuamayo.

Es una fiesta, además de antigua, sumamente rica en actos y festejos, que no sólo se centran en estos días de Pentecostés sino que se desarrollan a lo largo de todo el año.

Algunos actos son comunes a muchas fiestas religiosas como la celebración de misas, procesiones, pero otros son exclusivos de la Fiesta de Pascuamayo, como todo lo referente a la Mayordomía, los actos en torno a la Toma del Cuadro, y en torno a La Caridad… una banda de música va marcando el paso de un acto a otro y también se acompañan los festejos con encierros taurinos.

Son unas fiestas muy arraigadas y muy participadas. Cada año el pueblo se llena con la llegada de santistebeños que ya no viven aquí o de sus descendientes, que vienen a venerar a su Virgen y no quieren perderse sus fiestas.

A los católicos nos gusta nombrar a la Virgen María con diversas advocaciones, quizá para sentirla más cercana, más nuestra, aunque la Virgen María, como Madre de Dios es única.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

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