Nos hemos reunido en esta tarde de Jueves Santo para celebrar la Eucaristía: una Eucaristía muy especial: nos traslada a la Última Cena de Jesús con sus apóstoles, a quienes les encomendó la misión de perpetuar en el tiempo

Se hacen presentes aquellas palabras de Jesús dirigidas en aquella tarde a los apóstoles, y en esta tarde, de un modo especial, a cada uno de nosotros:

«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado». Esta tarde sentimos bien vivas las palabras de Jesús. Son sus palabras: han de llegarnos al corazón y hemos de vivirlas en el día a día con nuestros hermanos. Son su testamento.

Hoy, sus palabras resuenan tan claras como resonaron en el cenáculo.

Nos está diciendo que nos amemos como Él nos ha amado. ¡Qué testamento tan hermoso! ¡Cómo cobra actualidad en la medida en que transcurre el tiempo! Hemos nacido para amar y ser felices. Hemos nacido para amar y perdonar.

Mucha gente, muchos hombres y mujeres, pequeños y ancianos, se entusiasmaron con Jesús, sintieron que la vida se les iluminaba: como a nosotros cada vez que nos acercamos a Cristo: constatamos que seguimos adelante gracias a Él, a Su Espíritu: el Espíritu Santo.

«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado». Jesús empieza diciendo que esto es un mandamiento nuevo. ¿Por qué? Porque no es nuestro criterio normal de actuación, ni el de nuestro mundo. Porque seguir el mandamiento de Jesús siempre comporta cambiar, convertirse, romper las maneras de vivir que llevamos metidas en nuestro interior. Comporta un volver a empezar continuamente, empezar siempre de nuevo. Nos iría muy bien, levantarnos cada mañana diciendo: Tenemos un mandamiento nuevo. El mandamiento de Jesús, el mandamiento nuevo, es: «Que os améis unos a otros». Amar quiere decir querer la felicidad del otro, y ser capaz de renunciar a cosas y posiciones mías para que el otro pueda ser feliz. Y cuando decimos «el otro», no pensamos sólo en los que tenemos más cerca, o en los que nos caen bien. Cuando decimos «el otro», nuestros ojos deben ir más allá, deben superar las barreras de la familia, o de los amigos, o del mismo país.

Y al final de todo, el mandamiento de Jesús acaba con unas palabras definitivas: «Como yo os he amado». Y Él nos ha amado así: dándolo todo, dando la vida.

“Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna (…). Es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración”.

En la medida en que tenga vida de oración, podré reconocer a Jesús en el hermano, y viviré la caridad y el perdón.

Cuando hoy lo vemos lavando los pies de sus discípulos como señal de su entrega total: Dios se arrodilla ante el hombre, para servirle, cuando esta noche lo podremos contemplar orando en Getsemaní, cuando mañana fijaremos nuestra mirada en su cruz, comprenderemos con mayor claridad que nunca lo que quieren decir sus palabras. ¿Y cómo seríamos nosotros capaces de llamarnos cristianos si no quisiéramos amar como Él nos ha amado?

Cada obra buena hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es un servicio como lavar los pies. El Señor nos invita a bajar, a aprender la humildad y la valentía de la bondad. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa purificarnos unos a otros soportándonos mutuamente y aceptando ser soportados por los demás”. (Benedicto XVI Homilía Santa Misa “in Cena Domini” 13 de abril de 2006)

Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo.

Cristo viene a nosotros para comunicarnos su Amor.

Éste es el mensaje central de este día: recibo al Amor para transmitir amor a lo largo de mi vida.

Dios viene a mi vida, entra en mi vida. No nos queda otra actitud, sino la de acción de gracias.

A las puertas de su Pasión y Muerte, ordenó las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo.

Esta tarde tenemos también muy presentes a los sacerdotes.

Un hombre pecador, como todos los hombres, con sus miserias, pero elegido y consagrado por Dios mediante el sacramento del Orden. Un hombre que, consagrado, ya no se pertenece, ya no es para sí, sino que es para Dios y para la Iglesia. Un hombre al servicio de los hombres.

Pidamos por nuestros sacerdotes, por su fidelidad y perseverancia, para que el Señor nos conceda un corazón como el suyo, siempre mirando a su gloria y a las necesidades de los hombres.

Cada vez que recibo a Cristo en la Eucaristía, ¿no siento en mi interior las ganas de seguirle, la voluntad de amar como Él me ha amado?

Celebremos, pues, esta Eucaristía del Jueves Santo con un gran espíritu de agradecimiento. Porque Jesús nos quiere como continuadores de su camino. Porque Jesús está por siempre con nosotros para alimentarnos y hacernos caminar.

¿Te animas?

Yo estoy en ello.

La Última Cena. Autor: Francesco Bassano. Año 1586. Museo Nacional del Prado. Madrid.

Deja un comentario

Somos un grupo de católicos de a pie, que animados por un sacerdote, queremos ofrecer testimonios de cómo el amor de Cristo sostiene y transforma nuestras vidas.