En tiempo de Pascua

Uno de los pasajes que más me conmueven de los Evangelios es el relativo a los Discípulos de Emaús.

“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?, se preguntaban al darse cuenta que el acompañante del camino era el mismo Jesucristo resucitado.

Me veo reflejada perfectamente en esa escena, en ese encuentro.

¡Cuántas veces, no voy desilusionada, desconcertada, ciega y no reconozco a Jesucristo cuando en realidad va conmigo, lo tengo delante!

Cuántas veces, no ha vibrado mi corazón al escuchar o leer las Escrituras o algo relativo a Dios: las palabras que transmiten los sacerdotes en sus homilías, algunas de las cuales parece que han sido redactadas especialmente para mí; los comentarios al Evangelio del día plasmados en múltiples medios; las palabras que da el confesor, o el director espiritual y que alivian el alma, y dan luz….

…y ha vibrado porque, como les ocurrió a aquellos discípulos, tengo la certeza de que esas palabras vienen de Dios.

Y con respecto a mi actitud ante la vida, a mis desánimos, mis inquietudes ¿a qué se deben? ¿será que no quiero aceptar realidades que me desagradan, que no encajan con mi corto esquema vital, que me dan trabajo? ¿no será que como a los discípulos de Emaús, no reconozco que ante esa dificultad que presenta la vida o esa persona que me desagrada, ante esas “piedras del camino”, está Jesús conmigo, que lo tengo delante? ¡Qué “ciegos” estaban esos discípulos! ¡qué “ciega” estoy yo!

Qué distinto resulta todo si aprendo a “abrir los ojos” y a “ver” que en esa situación o en esa persona que no me son gratas está Jesucristo, me la envía Él mismo y que además camina conmigo: Viéndolo con estos ojos, todo es más llevadero y adquiere un nuevo sentido.

Estamos en tiempo de Pascua, Jesús ha resucitado y camina con nosotros, está con nosotros. Esa experiencia de encuentro con Jesús resucitado que tuvieron los discípulos de Emaús, nos debe hacer caer en la cuenta de que cada uno de nosotros podemos cometer el mismo error, de no reconocer a Jesús como compañero de camino.

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