El vaivén de la vida.

Hace unos días cogí la Biblia, dispuesta a comenzar mi lectura ante el libro que me mostrara al abrirla, y ante mí apareció el Libro del Eclesiastés.

Eclesiastés, en hebreo Kohélet, significa predicador, o sea el que habla en la Iglesia o Asamblea. El origen de este libro se sitúa entre los años 300-200 A.C (no es pesimista sino realista), y mediante consejos nos advierte de la vanidad de las cosas creadas y nos invita a reverenciar a Dios ya que en Él está la verdadera felicidad.

Al llegar al capítulo 3, me detuve en este pasaje, lo había escuchado en numerosas ocasiones, pero me había pasado desapercibido, hasta este día, en el que se me clavó en el alma. Me sentí muy identificada con estos versículos:

“Todo tiene su momento oportuno;
hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,
    y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
    y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar,
    y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar,
    y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
    y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras,
    y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse,
    y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar,
    y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar,
    y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar,
    y un tiempo para coser;
un tiempo para callar,
    y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar,
    y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
    y un tiempo para la paz.
¿Qué provecho saca de su obra el que en ella se fatiga?
Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres,
todo lo hizo hermoso y dio al hombre el mundo para que pensara,
pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin.
Comprendí que el único bien para él es alegrarse y pasarlo bien en la vida,
pues que coma, beba y se relaje con el fruto de su trabajo es también don de Dios.
He comprendido que todo lo que hace Dios es para siempre,
nada cabe añadir ni nada que quitar,
lo que ahora es, ya lo fue antes, lo que luego será, ya lo ha sido.
Dios restaura lo pasado.
Juzgará al justo y al impío
porque todo tiene su tiempo y toda acción tendrá su fin”.

Leyendo la Biblia

Ahora que ya tengo unos añitos, me doy cuenta que mi vida ha coincidido mucho con estas reflexiones.

Doy gracias a Dios por todo lo que me ha tocado vivir, por todas las tareas que me ha mandado hacer, unas más fáciles, otras más difíciles, pero Él siempre ha estado ahí, a mi lado, para sostenerme cuando alguna ha sido demasiado pesada, o para acompañarme en mi soledad.

Solo le pido que no se aparte de mi lado, para guiarme en el camino que aún me quede por andar, hasta que llegue el día que me reúna con Él y con todos los ángeles que me acompañaron en la tierra.

Lo más importante no es (Benjamín González Buelta)
Lo más importante no es
que yo te busque,
sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9);
que yo te llame por tu nombre,
sino que tú tienes tatuado el mío
en la palma de tu mano (Is 49,16);
que yo te grite cuando no tengo ni palabra
,
sino que tú gimes en mí con tu grito (Rm 8,26);
que yo tenga proyectos para ti,
sino que tú me invitas a caminar contigo
hacia el futuro (Mc 1,17);
que yo te comprenda,
sino que tú me comprendes en mi último secreto (1 Cor 13,12);
que yo hable de ti con sabiduría,

sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera (2 Cor 4,10);
que yo te guarde en mi caja de seguridad,
sino que yo soy una esponja
en el fondo de tu océano (EE 335);
que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas,
sino que tú me amas
con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13,1);
Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte…
si tú no me buscas, me llamas y me amas primero?
El silencio agradecido es mi última palabra,
mi mejor manera de encontrarte.

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