¿AMAR AL PRÓJIMO?

 

¿Todavía esta interrogante?

 

¿No te cansas de lo mismo?

 

Pues yo digo: <<me temo que aún no me he enterado del tema>>.

Y tú, ¿te has enterado?

¡Qué oportuna, siempre lo es, esta parábola del Señor en nuestra vida!

 

Y digo oportuna, pues vivimos en unas fechas, en las que disfrutamos de unos días de descanso, aunque sean pocos, para retomar fuerzas. Y eso está muy bien. Pero mejor aún, para recordarnos que el amor de Dios no tiene descanso, no tiene vacaciones.

 

¡Cuántos hermanos nuestros que no tienen lo más imprescindible para vivir!

 

Necesitados de alimentos… pero también, de afecto, de cercanía, de tener alguien quien les escuche, les aconseje, les anime a seguir adelante, les susurre al oído que es importante en este mundo, a pesar de sus faltas materiales.

 

En nuestra vida de relación con los demás, ¿no te has encontrado con alguien que necesitaba sentirse amado en este mundo? Esta persona también era otro prójimo.

 

Como lo son, tantos hermanos nuestros necesitados de escucha atenta, de comprensión, de fortaleza…es ahí donde Dios me está esperando para ser atendido por mí. Y antes que yo me aproxime a esa persona, Dios se ha acercado a mí, y a ese hermano.

Y cuando estoy auxiliando a ese hermano, se lo estoy haciendo a Él mismo.

 

Y por la noche, cuando me dispongo a descansar, me siento orgulloso, orgullo del bueno, satisfacción, de haber aprovechado la jornada; pero mucho más orgulloso se siente Dios de mí.

 

Y si fuésemos capaces de detenernos un poco en el transcurrir de cada día, constataríamos, cómo se nos presentan situaciones semejantes, en las que podríamos y deberíamos ser buenos samaritanos.

 

Hemos nacido para amar. No es otra nuestra misión en este mundo.

 

Dios nos está invitando a ello. Él no nos pide imposibles.

 

De este modo viviríamos más felices, sentiríamos cómo nuestra vida tiene mayor sentido…y lo más hermoso: experimentaríamos en cada momento,  aquellas palabras de San Pablo: “ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

 

 

Ya lo dijo San Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.